Muy cerca del río
Ebro, en la inmediaciones de la ciudad de Zaragoza, se extiende la
estepa. Es necesario ascender los algo más de 200 metros de
altura que separan el río de los montes del
Castellar para encontrarse en medio de un terreno seco y
árido, de una belleza dura labrada por el cierzo. Por
desgracia, su ocupación militar como campo de maniobras impide
el uso lúdico y público de una zona desconocida para la
mayoría de los zaragozanos.
Es por ello un
privilegio correr por esos paisajes esteparios, algo que pude hacer
por segundo año consecutivo el pasado 11 de marzo, al
participar en la 6ª Carrera del Ebro.
Este año la
distancia fue de 18.540 metros, con un desnivel
positivo acumulado de 215
metros
con durísimas cuestas que se vieron incrementadas por un
fuerte cierzo que nos dio de cara en las subidas más
empinadas.
Como
no soy amigo del viento, la carrera me resultó muy dura. El
primer kilómetro completamente llano a un ritmo tranquilo, dio
paso a dos kilómetros de continuas subidas que con las fuerzas
todavía intactas las superé con facilidad. A partir de
ahí, los continuos toboganes entre el kilómetro 3 y el
10 corriendo contra el viento me fueron mermando las fuerzas,
pasándolo bastante mal en la última y durísma
cuesta del kilómetro 10. A partir de ahí el pefil se
puso de cara con una prolongada bajada de casi cuatro kilómetros
interrumpida por una corta y vertical cuesta que más de uno
tuvo que subir andando. En los últimos kilómetros ya
por la ribera del río, el viento a favor me fue empujando a la
meta a donde llegué verdaderamente fatigado a 1 hora y 37
minutos de tomar la salida.
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