martes, 19 de noviembre de 2002

Adios Miguel


Cuando éramos niños, a los de mi edad –los que ya pasamos la treintena- Miguel Ángel, el Miguel nos resultaba una persona fascinante: era cinturón negro de Kárate al que le podías dar puñetazos en la tripa sin que los notase, capaz de cruzarse la piscina a lo ancho buceando, más alto, más fuerte que el resto de los adultos del pueblo, nos gustaba fabular con las cosas que era capaz de hacer. Además toda su persona estaba envuelta en misterio, un misterio que el alimentaba cuando nos contaba al chiquillerio boquiabierto como por las noches iba al cementerio a hablar con las musas.

Era distinto, y a todos nos gustaba estar cerca de él.

Y fuimos creciendo, y el magnetismo del Miguel nunca se perdió. La sencillez con la que contaba las cosas más profundas, la calidez de su conversación hacia que siempre te sintieses bien a su lado.

Siendo niños vimos como transformaba el fosal, y pronto se convirtió en un juego descubrir donde estaba disimulado un esqueleto entre las figuras de los mosaicos, o reconocer de quienes eran los rostro de las esculturas e incluso sus piernas y sus pechos.

Con la inauguración del cine ARCA pudimos descubrir dos grandes murales en los que aparecían unos olivos que si te fijabas bien podías descubrir unas caras misteriosas. Así, como un juego, de manera natural, sin darnos cuenta nos fuimos empapando en arte, en su arte. Por que poco a poco el pueblo se fue llenando de sus figuras, y no sólo el pueblo sino incluso los montes y los campos. El pueblo entero se convirtió en el escenario de sus obras, y sus gentes y sus paisajes en sus modelos y fuentes de inspiración, y todos nos sentimos identificados y orgullosos de cada una de sus creaciones.

Hoy le despedirá todo el pueblo en una iglesia llena de luminosidad desde que Miguel Ángel dirigiese su reforma interior. Pasará por última vez por su fosal, camino de la plaza desde donde las figuras asomadas a la gran balconada le saludaran, y al final entrará en el cementerio por su magnifica portada, y allí esperará que se haga de noche para poder hablar con las musas.

Aunque el cuerpo del Miguel nos abandone, su espíritu siempre nos acompañará.