martes, 23 de febrero de 2010

La vida que a veces mata pero que siempre aja

El tanatorio es un lugar especialmente desaconsejable para el reencuentro con amigos, y el mediodía de un domingo una hora inoportuna para hablar con algunos conocidos. Y allí estaba yo, el mediodía del pasado domingo, en un recien estrenado tanatorio junto antiguos amigos y conocidos, compartiendo un dolor tan viejo como la vida misma.

45 años. Punto y final. La historia se ha acabado. El guión ha llegado a su fin. El proyecto se ha agotado. Ya no habrá posibilidad de volver a acertar o a errar, de reincidir o de enmendar. Punto y final. La muerte fea y sin concesiones. Una muerte gris para el que fuera un solitario.

Y la vida continua, arrastrando noches sin días para aquellos que entre humos y rayas no han vivido lo suficientemente rápido para dejar tras de sí un hermoso cadaver. Porque hay rutinas que aunque no matan laceran, rutinas que rompen las cada vez más vidriosas miradas, rutinas que ahogan las palabras en gargantas rotas, rutinas que embotan las ideas en torpes discursos.

La muerte así de seria. La vida así de trágica.

No hay comentarios: