Me volvía a pasar.
Durante los cuatro días lo había intentado repetidamente sin resultado alguno.
El problema no era la ausencia de contenido, muy al contrario, pues bien que sentía como bullìa en mi interior su pesada huella. Pero por mucho que lo intentará se resistía a salir.
No pudo ser en el hotel, ni en ninguno de los restaurantes, ni siquiera en el apartado y tranquilo bar en el que me acostumbre a despedir el día -o más bien la noche- con una cerveza en la mano.
Debía rendirme a la evidencia, no iba a ser capaz de manchar la blanca superficie sobre la que había vuelto a poner de manera desganada mi ojo.
miércoles, 3 de febrero de 2010
Viajero ocasional
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