domingo, 23 de noviembre de 2014

La sal, el oro blanco

Olla sin sal, cuenta que no tienes manjar

La sal fue el primer condimento utilizado en la historia de la humanidad y durante siglos ha sido un bien muy preciado fundamentalmente por su función en la conservación de alimentos. La práctica de salar carnes era habitual, sobre todo en el medio rural, donde la carne de la matanza debía conservarse muchos meses. Por su parte la salazón del pescado permitía su consumo en lugares lejanos al de su captura. La sal también llegaba a ser un sustituto de las especias disimulando el estado de descomposición que podían presentar ciertos alimentos. Era además un ingrediente esencial en la preparación de alimentos básicos como el pan o el queso. Su uso no se restringía a la alimentación humana, así la ganadería lanar necesitaba de la sal para alimentar a los rebaños.

Junto a su uso alimentario la sal se empleaba en el tratamiento de pieles y cueros o en la fabricación de jabón y tintes. Así mismo tuvo utilidad médica como tratamiento contra la gota o enfermedades y lesiones de la piel en forma de emplastos y ungüentos por su capacidad cicatrizante.

La importancia y la diversidad de usos hicieron de la sal un producto muy demandado que estimuló un comercio muy intenso desde los lugares donde se producía hasta los núcleos de población y que fue objeto habitual de una especulación que disparaba su precio y dificultaba el abastecimiento regular, duradero y satisfactorio a los consumidores.

Por su relevancia económica la sal estuvo muy controlada y gravada con impuestos y arbitrios. Así a partir del siglo XIV los reyes castellanos establecieron el monopolio del Estado sobre la explotación y el comercio de la sal y se implantaron “alfolís” o almacenes controlados por la Hacienda Real para el abastecimiento de los pueblos con unos límites territoriales definidos y fuera de los cuales los consumidores no podían comprarla.

Las poblaciones además estaban obligadas a adquirir la sal dentro del reino de Castilla y en las salinas que por su ubicación geográfica se hubiera establecido; en el caso de La Rioja Baja la tenían que comprar en Añana. Dando cumplimiento a esta obligación, la sal que se consumía en Aldeanueva de Ebro provenía de los manantiales de salmuera de la localidad alavesa de Salinas de Añana, así gracias al trabajo de Sara Bustos en los protocolos notariales conservados en el Archivo Histórico Provincial de Logroño hemos podido comprobar como en el año 1598 el concejo de Aldeanueva de Ebro se aprovisionó de 200 fanegas de sal en Salinas de Añana: 
En Aldeanueva a 5 de marzo de 1598, Pedro de Guinea, vecino de Salinas de Añana, exhibió sus poderes y recados para cobrar la sal de este lugar y recibió de los alcaldes y regidores 1.500 reales, la mitad de los 3.000 que se le deben de 200 fanegas de sal que este lugar tomó para su provisión. Gil Calvo y Martín González pagaron 650 reales. Juan Muñón y Cosme Lozano pagaron 850 reales. Esta paga se cumplió por Año Nuevo de 1598. (AHPLo., Legajo 6.255, 1597-1598, Sin Foliar 5-3-1598, Sebastián del Moral)

El precio que en esa ocasión tuvieron que pagar los aldeanos por cada fanega de sal fue muy elevado como consecuencia del incrementó de su coste producido en la segunda mitad del siglo XVI, así según los datos aportados por Rosario Porres Marijuán (1) la fanega de sal que se pagaba entre los dos y los tres reales con anterioridad a 1564, pasó a costar seis reales en 1566, llegándose este precio casi a triplicar a finales del siglo, así vemos como el concejo de Aldeanueva tuvo que pagar quince reales por cada fanega de sal en el año 1598.

Y es que la sal alavesa, que ya era una de las más caras de la península, incrementó ostensiblemente su precio cuando en 1564 Felipe II estableció el estanco de este producto. No es por ello extraño que los aldeanos buscarán alternativas a las vías oficiales para la adquisición de este producto básico, encontrandola en en el vecino reino de Navarra donde se podía conseguir una sal no solo más barata sino también “más blanca, más dura y con unas ojuelas más anchas que la de Castilla”.

Este comercio ilegal de sal no era ninguna novedad ya que las villas riojanas habían sido durante siglos la puerta de entrada de la sal navarra a Castilla. Según Rosario Porres Marijuán el contrabando no se había interrumpido jamás, siendo especialmente intenso en Calahorra con quien ya en 1331 había pleiteado Añana alegando que era tal la cantidad de sal que se introducía desde Navarra que los calagurritanos incluso “fazian dello alffolis”, por lo que ese mismo año el rey Sancho autorizó a los vecinos de Añana a embargar la sal y las bestias que se introdujeran desde Navarra y a castigar tanto a los encubridores como a los compradores.

En el siglo XVI el contrabando continuaba siendo una práctica común en las localidades riojabajeñas por lo que Carlos I facultó a la villa alavesa para que pudiera hacer “cala y cata” en esta ocasión en Arnedo a la búsqueda de la vedada sal navarra, autorizando a “prendar e penar” a quienes la tuviesen. 

Nada había cambiado a finales del siglo XVIII, por lo que no resulta extraño que en el año 1786 fueran localizadas en casa de un vecino de Aldeanueva de Ebro cuatro fanegas de sal provenientes del contrabando con Navarra. Según nos dan cuenta Gómez Urdáñez, Ibáñez Castro, Ilzarbe López y Moreno Galilea (2) tras un registro militar dirigido por el capitán de infantería y teniente de cazadores del regimiento provincial de Logroño destinado en la ciudad de Calahorra para la persecución de vagos, contrabandistas y malhechores se descubrió en la casa de Venancio Ruiz “dos sacos con sal blanca de contrabando”, unas cuatro fanegas. El militar ordenó el embargo de los bienes, trasladándose la sal al alfolí de Calahorra bajo la custodia del teniente de visitador de la renta de salinas del partido de la ciudad de Logroño, quien señalará que era “sal cuadrada de la prohibida de Navarra”. Dada la naturaleza del delito se ordenó la captura del contrabandista, un jornalero que según declaración del propio alcalde no estaba en casa, aclarando su mujer que llevaba tres meses fuera del pueblo ganando el jornal.

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(2) Gómez Urdáñez, José Luis; Ibáñez Castro, Juan; Ilzarbe López, Isabel; Moreno Galilea, Diego. "Justicia y orden social: delincuencia y represión del delito en Logroño en el siglo XVIII", Brocar, en prensa.

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